viernes, 18 de abril de 2008

2. VUELTA A LA CABECERA DEL BARRANCO DE TREVIJANO


El recorrido que hoy cuento sigue fielmente el itinerario 47 del libro Montes de La Rioja de Juanjo Hidalgo (Suak Edizioak 1999), y lo primero que debo hacer es dar las gracias a Juanjo por tan excelente excursión.

Según pone en la solapa, Juanjo es un profesor de Llodio, y el libro Montes de La Rioja al que me refiero está editado por SUA Edizioak de Bilbao. En estos tiempos de excesos de identidad y hasta de solicitudes de fronteras, es un verdadero placer que sea un montañero vasco el que nos guíe por unas tierras que..., iba a decir nuestras, pero que de este modo son, para nuestro bien, algo menos “nuestras”. Gracias Juanjo. El trazado de un buen itinerario es una obra de creación. Y este que hemos hecho hoy no lo hubiéramos hecho sin tu ayuda. Seguramente Juanjo no sabrá que el origen del moderno Trevijano, el pueblo del que parte y al que llega su itinerario es también una “creación” de Luisvi y sus amigos a comienzos de los setenta, y que la historia del abandono y reconstrucción del pueblo da para la tertulia de un buen almuerzo, pero esa es otra historia que habrá que contar otro día. Gracias a Luisvi, yo pasé quince días en su casa de Trevijano en septiembre de 1984 empapándome de sus paisajes, y desde entonces no había vuelto por allí.

Pero apartemos a un lado los recuerdos y otras historias y empecemos el paseo propuesto por Juanjo subiendo hacia las ruinas de la ermita de la Virgen del Cúpulo, dejando a nuestra izquierda la pista por la que volveremos al punto de partida. Como los croquis del libro de Juanjo no son muy allá, yo prefiero ilustrar la excursión con la hoja 1:25000 del Mapa Topográfico Nacional, que tampoco es ninguna maravilla, pues no trae senderos (si lo comparamos con los planos ingleses o americanos, ay, se nos cae la cara de vergüenza) pero las curvas de nivel siempre son una buena referencia.



Y ya puestos, lo ilustro también con una foto hecha desde las eras de Trevijano en la que marco la ruta con unas rayitas amarillas (foto de arriba).

El ascenso hasta la primera cima (Cuernosierra según Juanjo, y Alto Rebollar según el topográfico/ no entiendo la razón de la diferencia toponímica) no tiene pérdida. Las indicaciones del itinerario son muy buenas y lo único en que no estoy muy de acuerdo es en los tiempos. Se ve que Juanjo es mejor montañero que nosotros, que nos paramos mucho a ver el paisaje y hacer fotos.


Para el catálogo de “arquitecturas naturales” la subida al Alto Rebollar ofrece a la derecha una vista aérea del farallón derecho de la salida del cañón del rio Leza (foto 3), cuya hermosura puede contemplarse y admirarse mejor a lo largo de toda la carretera entre Leza y Ribafrecha (siempre que te pares a seguro en alguna amplia cuneta, pues con la buena calzada que han dejado la gente va ahora mucho más acelerada por allí y dado lo cerradas que son las curvas hay que andarse con ojo).

La inclinación de los estratos descarnados sobre el barranco produce en el paisaje un efecto dinámico que contrasta con las suaves lomas de todo el recorrido de hoy. Desde la cima y como ocultando el valle también se disfruta de la vista de otro de los montes más bonitos de La Rioja, el Laturce, al que no tardaré en volver para admirar los tonos rojizos que ofrece por el lado de las ruinas del Monasterio de San Prudencio, o por la peña del Castillo de Clavijo (a la izquierda de la foto).


El collado al que hay que bajar de Cuernosierra para ascender a la Peña de Aldera es bastante feo y erosionado –nada que ver con una “plaza” como decía para los collados en otra ocasión. Siguiendo más o menos por la crestería según lo permite el terreno, se llega hasta un segundo collado por donde pasa la pista que viene de Clavijo y que estropea bastante el lugar. Pero desde allí se disfruta de dos nuevos panoramas: a los pies y hacia el norte, el del vallecito trasero de Clavijo con un pequeño “castillo de rocas” en su cabecera; y hacia el este, y un poco más lejos, el de la embocadura del Iregua en Islallana, entre Peña Bajenza y Peña Moya. Se sigue subiendo por la pista hacia Peña Aldera, pero la valla de espinos que hay junto a la pista te disuade de cruzarla y de llegar hasta la cumbre. Atrae mucho más hacer el almuerzo en el dolmen que se ve en el collado que se ofrece en la bajada, llamado del Mayo. Desde ese tercer collado (bastante más agradable/más “plaza”) y hacia el Oeste aparece otra vista interesante, la de las laderas norte del Serrezuelo, una cima a la que he subido tres o cuatro veces desde Nalda por un cortafuegos muy visible desde todo el valle del Iregua, sobre todo cuando se llena de nieve.



La “urbanización” del dolmen está hecha con unos gaviones de malla y piedra que claman al cielo. Es un artilugio muy eficaz para no poder disfrutar a gusto de tan bella pieza y amargarte un poco el almuerzo, pero éste ya no se podía retardar más. Y es que el resto del recorrido no es sino el descenso por el barranco de Trevijano hasta el pueblo. Un barranco que en verano es un secarral, pero que el 9 de abril de este año, adornado por los neveros de la última nevada y con el arroyo lleno de agua, estaba maravilloso. Siempre es muy bonito acabar las excursiones acompañado de la alegría del agua bajando a tu lado.

Un elogio más para el libro de Juanjo Hidalgo: a diferencia de muchos otros libros de montaña en que todas excursiones son poco menos que proezas deportivas, en el de Juanjo esas largas ascensiones están hábilmente mezcladas con amables paseos como éste de hoy, que para él es de hora y media, pero que para disfrutarlo bien y almorzar en medio (¿qué sería de una excursión sin su almuerzo?) hay que pensar en dos horas y media o tres horas. Un tiempo perfecto para una felicidad tan saludable.

(excursión realizada con Rosalía, Teresa y Elena el 9 de abril del 2007)