viernes, 18 de abril de 2008

6. EL ASPE 2.645 m (11k 1.100+) Candanchú


Cuando la arquitectura nos aburre y hastía, lo mejor es acercarse a contemplar los grandes edificios de la naturaleza. Sale uno completamente renovado. Ya empecé a apuntar en esa dirección al contar en este blog algunos paseos por los montes de la Rioja en la pasada Semana Santa (ver Montes 1, 2 ,3 y 4) , pero en llegando las vacaciones de verano, uno puede viajar mucho más lejos a ver piezas más notables y significativas. Por ejemplo, en los Pirineos. Como dije en el post anterior, mi primer objetivo era el Aspe, y el 19 de julio pasado me acerqué hasta él con mi excepcional y valiente compañera de aventuras.

Si habéis estado en Candanchu lo habréis visto: es ese lejano pico que asoma por detrás de la Zapatilla mirando desde el parking en dirección SurOeste (foto 1). Impone cierto respeto por su altura, distancia y textura, pero como las guías decían que no era difícil nos animamos a abordarlo a pesar de que el tiempo no era muy bueno y los franceses -como suelen decir por allí- no paraban de enviarle nubes.

Iniciamos la ascensión a las seis y veinte de la mañana (6:20) sin apenas amanecer, con cierto viento y las nubes ocultándonos las cimas. En vez de subir por el Tobazo, como dicen los itinerarios preferí hacerlo junto a la Zapatilla, pues aunque la subida es algo más pendiente se disfruta de la contemplación de esta curiosa masa de roca inclinada que acaba como una suela y que además esconde una canal vertiginosa y muy provocativa para los esquiadores más atrevidos. En una hora (7:20) llegamos al collado de Tortiellas, donde la fuerza del viento nos asustó un poco. Se avanza entonces por la única pista que va en dirección SurOeste pero llegados al final de la misma hay que tener mucho cuidado porque de no haber visto una piedra pintada con una flecha amarilla indicando “Aspe” nos hubiéramos despistado subiendo por la pista que va a la Tuca Blanca perdiendo así un tiempo y unas energías que seguramente nos hubieran arruinado la excursión. Siguiendo esa indicación hay que salir al circo de Tortiellas y empezar a andar por un inhóspito sendero que debe ser descubierto a cada paso gracias a los cahires (pequeños montoncitos de piedras que dejan unos santos montañeros a los que les estamos sinceramente agradecidos). El escenario se torna entonces severo y grandioso. Plenamente arquitectónico. Pura piedra.



Tras pasar por una cornisa que puede dar algo de vértigo (foto 2/hecha en la bajada), se divisan unos plegamientos (foto 3) que por desigual comparación inducen a pensar en la ridiculez y el despilfarro de las actuales arquitecturas ageométricas y llenas de requiebros.


Se cruzan sin mayor sobresalto por donde mandan los cahires (los sobresaltos vinieron en el descenso cuando nos perdimos un par de veces y te ves bloqueado por las cortadas) y te vas adentrando en un escenario prodigioso donde el silencio y la aspereza de la alta montaña sobrecoge un poco. Unos sarrios saltarines nos sacaron varias veces del encantamiento y se pusieron a mirarnos con la curiosidad del que mira al excéntrico turista que visita y fotografía edificios que uno tiene como normales escenarios de su vida (foto 4):

Cuando el circo se estrecha y las paredes laterales y los cahires te conducen al único paso posible, sales a un collado (9:00) que te ofrece el espectáculo de un edificio muy singular: la Llena de la Garganta (foto 5):


Es una peña gruesa y un poquito más baja que el Aspe y más hacia el Oeste, y por eso no se ve desde Candanchú, pero vale la pena subir hasta allí sólo por verla cara a cara. La contemplación de su hermosura no nos impide mirar hacia la dura y pendiente canal pedregosa de la izquierda que nos promete llevar a la cima (foto 6):


El sendero “oficial” va por la misma roca firme del Aspe algo más a la izquierda pero eso lo descubrimos al bajar cuando se ven mejor los cahires (y cuando hicimos la foto ya sin nubes). La canal de marras te lleva hasta un nuevo colladito que se asoma al valle de Aisa, y de ahí hasta el vértice de la pirámide del Aspe hay que trepar un poco por unas cuantas rocas no muy difíciles y pasada la zona de trepa solo queda un corto paseo a cuyos bordes mejor no acercarse porque se asoman a caídas de más de trescientos metros. Hicimos cima a las 9:50, es decir, tras tres horas y media de dura e ininterrumpida ascensión. Las nubes se habían levantado un poco y justo nos acariciaban en la cima velándonos las amplísimas perspectivas o permitiéndonos visiones fugaces de todo el alrededor. No nos quedamos mucho tiempo en el pico. Las vistas panorámicas no son mi pasión: prefiero la mirada concentrada y atenta que la ilusión de verlo todo y dominarlo todo.
En el descenso, tan duro o más que la subida dado lo pedregoso del terreno, las nubes subieron por encima de la cumbre y nos permitieron contemplar la maravillosa fachada de ese edificio que acabábamos de hacer nuestro (foto 7):


Paramos casi una hora a almorzar y bebernos nuestra tradicional botella de Rioja debajo de la pared NorEste del Aspe, observando sus múltiples detalles e imaginando por donde le trazaron Rabadá y Navarro (esa célebre pareja de carpintero y fontanero zaragozanos) la vía Edil, o le dibujaron la arista que llamaron del Murciélago (apodo de uno de ellos).

No nos encontramos a nadie en todo el recorrido y la soledad fue absoluta. Pero pensando en las vías abiertas en esa pared, uno se da cuenta de que los grandes y en apariencia inhóspitos edificios de la naturaleza se humanizan poco a poco con nuestros pasos y acaban por ser, para algunos, mucho más queridos que las insignes arquitecturas de nuestras ciudades.

Llegados al collado sobre la Zapatilla, decidimos cambiar de itinerario de bajada a Candanchú dándonos un paseo por la pista hasta el Tobazo para disfrutar del variado frente de los picos de Tortiellas (foto 8):


cuyo callejón inferior lo tiene aún taponado el ejército en su salida a la carretera de Canfranc por la Rinconada.

Ya en el Tobazo habíamos pensado bajar paseando por el camino pero una vez más nos equivocamos por culpa de la típica relajación del éxito y nos metimos en la pala de la pista negra de esquí para castigar un poco más los gemelos y las rodillas. A las 3:20 llegamos al punto de inicio.

Nueve horas maravillosas y un lugar más de referencia para los amantes de arquitectura del LHD.
(excursión realizada con Rosalía el 19 de julio del 2007)