viernes, 18 de abril de 2008

7. CELLORIGO



El puente de Anguciana, además de unir las dos orillas del río Tirón, es el origen, creo yo, de mi afición a relacionar la arquitectura con las montañas. Mientras que en su margen derecha (aguas abajo) está situado el castillo de mis antepasados (los Torre de Salcedo) formando con él una bella estampa, en la margen izquierda llegué a descubrir en un lejano día de mi infancia que había otro singular castillo, esta vez natural, cuyas almenas eran las peñas de una pequeña montaña: Cellorigo.

Al principio esa relación fue sólo una vaga intuición pero ya es casualidad que fuera por los mismos años de juventud que me decidiera a recorrer el paseo intermedio entre las dos filas de almenas que poseen ambos.

Desde entonces no he vuelto a subir al Castillo de Anguciana, que ahora andan “restaurando” con todas mis alarmas encendidas y todo mi dolor (v Anguciana capital Perú en Una Voz en un Lugar), ni había ido por Cellorigo más que a echar algún vistazo a sus casas. Pero como afortunadamente las peñas de Cellorigo no están en proceso de restauración (todo se andará…), este verano montañero del 2007 me he llegado a ellas y he subido hasta la más alta.

La aproximación en bici o en coche ha de comenzar en el mismo puente de Anguciana desde donde, como apuntaba antes, se divisa al fondo. Son dieciséis estupendos kilómetros de recorrido en el que vamos a tener la suerte de verlo desde tres ángulos bien distintos. Hasta poco antes del puertecillo de la carretera que va a Miranda, pasado Sajazarra, el castillo natural de Cellorigo nos muestra en todo momento su soberbia fachada sur (foto que abre el post) con el pequeño pueblo debajo y a un lado; pero en llegando a ese pequeño puerto que llamamos de San Miguel por el monasterio que allí hubo, la visión lateral del castillo nos muestra que su remate superior está formado, igual que en el de Anguciana, por dos filas de almenas.



La carretera aún nos da una nueva sorpresa, pues a un kilómetro del pueblo hace una gran U hacia el norte y nos permite ver el “castillo” por detrás, ofreciéndonos una visión acaso más orgánica que constructiva que nos pudiera recordar el lomo de un viejo saurio o la dentadura de un imaginario animal.

La subida en bici me costó una hora parando varias veces a hacer las fotos, y el descenso media. Como ese día no me quedaba tiempo para subir a las peñas y estaba solo, planeé volver otro día en coche con mi “compañera de cordada” para hacer la segunda parte de la excursión, que es la que paso a relatar.

Por detrás de la iglesia se toma un camino en dirección Oeste que hay que dejar en cuanto se va para abajo, tomando una senda a nuestra derecha que va a recorrer de Este a Oeste toda la parte inferior de las peñas. En quince minutos el sendero nos sube a un colladito que nos sitúa justamente en medio de las dos filas de almenas (0:15).



En los quince minutos siguientes nos dedicamos a recorrer de Oeste a Este ese singular y estrecho pasillo que sube y baja tres o cuatro veces al ritmo de las almenas y que nos permite asomarnos entre ellas según el vértigo que nos dé. Cuando llegamos al final del pasillo (0:30) y el sendero continúa hacía abajo y hacia el Este nos quedamos un rato perdidos al no encontrar el acceso a la peña más alta que es la penúltima de la fila de atrás. Ya estábamos decididos a aceptar la derrota cuando descubrí un pequeño plástico blanco atado a un matorral que cierra el sendero y una despintada raya azul en la entrada de una pequeña chimenea o corredor que hay bajo la peña en cuestión. Cruzamos el matorral, trepamos por la canal,



y en diez minutos estuvimos en el buzón de la cima (0:40), que tiene un hoyito similar a la de Gembres, y desde donde uno puede contemplar los dominios de este singular “castillo” e incluso saludar a la gente que pasa por los alrededores de la iglesia del pueblo


Al destrepar la peña hay que tener un poco más de cuidado y hasta es conveniente hacerlo de cara a la roca como lo hace mi compa en esta foto.


El regreso se hace por el mismo sendero y en el mismo tiempo, así que para el total de tan singular ronda por las almenas del “castillo de Cellorigo” hay que calcular una hora y media, o incluso dos si se quiere echar un cigarro o un bocado en el hoyito y otear con calma los amplísimos horizontes que se divisan desde tan baja pero estratégica cima.

Igual que en arquitectura, la gracia de esta pequeña excursión está en la diferente sensación de escala que se experimenta justo después de haber andado por los Pirineos: más o menos, como andar por Logroño tras haber estado en Nueva York.

(excursión realizada con Rosalía el 19 de agosto del 2007)