viernes, 18 de abril de 2008

5. PEÑAS DE GEMBRES 856 m (12k 400+)



El día 1 de mayo era fiesta oficial pero no fiesta para mí, y por ello colgué un articulillo como cualquier día normal. Pero hoy viernes 4 de mayo sí que es fiesta grande en esta casa y hay que celebrarlo por todo lo alto. Un 4 de mayo de hace unos cuantos años nació Teresa, mi hija mayor, y con eso ya hubiera sido suficiente para hacer gran fiesta; pero es que el 4 de mayo del año pasado nació el LHD, y eso duplica la celebración.

Y como en los días de fiesta hay que ir a lugares sagrados, hoy quisiera llevar a todos los lectores del LHD a uno de los lugares arquitectónicos/naturales que yo más quiero en el mundo: las peñas de Gembres.

El punto de partida no podía ser otro que el pueblo de mis mayores, Anguciana. He visto en algunas guías de montaña que proponen ir a ellas desde otros puntos más cercanos, como Galbárruli o Villalba, pero se equivocan completamente. Para apreciar las peñas de Gembres en toda su belleza hay que verlas desde Anguciana.

Y es que uno de los fenómenos más curiosos de estas imponentes torres gemelas es el diferente aspecto que ofrecen desde sus tres perspectivas posibles: desde Sajazarra o Galbárruli (suroeste) aparecen achatadas, desde Haro o Villalba (sureste), aparecen excesivamente estilizadas; y sólo desde Anguciana están perfectas y equilibradas: similares pero distintas, ni muy altas ni muy anchas, unidas por su aspecto pétreo y emergente, pero separadas por esa estrecha canal herbosa que nosotros llamamos el “callejón”.

He subido tantas veces y con tan diferentes compañías (todas muy queridas) que obviamente he perdido la cuenta. Mis recuerdos se suceden unos a otros y se agolpan con cientos de imágenes, pero como no es cosa de desmadejarlos sino de empezar una nueva excursión…, cruzamos el puente de Anguciana y seguimos de frente, abandonando a la izquierda la carretera que va a Cihuri y a la derecha el camino que va a Villalba. En cinco minutos el camino gira un poco a la derecha, cruza el pequeño río Ea y asciende suavemente por entre campos de secano y laderas arcillosas. Poco a poco las peñas se van haciendo más grandes y para aumentar el juego de la emoción, en algún recodo del camino desaparecen ocultas por algún pequeño teso arcilloso y vuelven a aparecer más imponentes si cabe.

Subiendo por el camino que traemos se llega hasta una ancha pista Este Oeste que va de Villalba a Ternero, se va por ella un poquito hacia la izquierda para sortear la primera estribación del monte y dejamos el camino para subir por el lindero de una viña bastante empinada. Se alcanza una finca abandonada llena de yerbajos en la que hay que buscar el marcado sendero que nos tiene que llevar hasta los pies del callejón. No hay otra posibilidad que dar con él porque el monte bajo es muy espeso y es imposible subir por otro lado. Es un tramo un poco agobiante y feo por los escalones que se hicieron para la repoblación de pinos pero no es muy largo, y la llegada a los pies de las peñas y el callejón es espectacular: se siente uno como en la planta baja de un par de bellísimos y complejos rascacielos. La peña de la izquierda es desde ese punto una fina aguja vertical, mientras que la de la derecha aparece mucho más oronda y complicada.





El camino antiguo zigzagueaba con especial belleza por entre regatos, laderas y tesos, pero con las remodelaciones de la concentración parcelaria ya no sé muy bien por dónde se va, pero tanto da perderse un poco porque en esos zigzagueos siempre podremos apreciar ese curioso efecto del achatamiento/estilización que antes decía, según se vean desde la izquierda o desde la derecha. En una hora (4 km escasos según el mapa del google y unos cien metros ascendidos) llegamos a un paraje singular marcado por las ruinas de una casa de muros de piedra de sillería que conocemos en el pueblo como “la caseta de García”. Está en una pequeña vaguada cruzada por un mínimo arroyuelo en el que el paisaje agrícola va a dar paso al ambiente de montaña.


Queda por hacer el empinado ascenso a la cumbre que conviene ralentizar lo más posible para disfrutar de tan bellísimo escenario. La canal herbosa (el callejón) tiene la pendiente de una escalera, por lo que hay que asentar cada pié en el pequeño sendero que la recorre para no darse una culada (sobre todo en la bajada). Una vez que hemos llegado a una pequeña pared rocosa que hay en lo alto del callejón paramos a contemplar el incomparable encuadre que hacen las dos peñas del paisaje, y una vez tomado aliento subimos a la piedra de la izquierda pues la de la derecha tiene algún paso de trepa algo delicado y aéreo, sólo apto para chavales.


No hay posibilidad de perderse en la subida a la peña porque si te sales del sendero te vas al vacío, pero tampoco hay que asustarse porque lo suben personas de toda edad y condición (un mi tío mío llegó a subir con cerca de ochenta años y mi madre también subió siendo bastante mayor). La cima de la peña es tan aérea como la azotea de un rascacielos, pero para estar en ella a gusto y almorzar tranquilos hay un pequeño “hoyito” en el que cabe toda una familia numerosa. Se está tan bien allí arriba contemplando toda la Rioja hasta el San Lorenzo, que uno se resiste a bajar. Pero como la subida desde Anguciana nos habrá costado algo más de dos horas, y las paradas y contemplaciones otra hora más, habrá que contenerse en el almuerzo y levantarse ya para descender hasta el pueblo en otras dos horas escasas de camino y celebrar la fiesta grande del cumpleaños de Teresa y del añito del LHD como está mandao, es decir, con una alegre comida.

(Quien no tenga toda una mañana para la excursión, puede ir en coche hasta la pista que está encima de la caseta de García, pues los nuevos caminos de la concentración parcelaria son excelentes; pero no se lo aconsejo, claro: el acercamiento a las peñas con el fresco de la mañana es tan bonito o más que la propia subida).

Ya que nos hemos tomado fiesta me alargo un poco y os cuento un par de cosas más.
Hace unos años vinieron un par de simpáticas mujeres holandesas a veranear a mi casa de Santa Lucía y cuando las llevé a Anguciana y les mostré desde el puente las peñas de Gembres se quedaron tan asombradas de su singularidad que me preguntaron “si eran de verdad”. Hablaban un español no muy fluido y por las explicaciones posteriores deduje que se preguntaban si eran naturales o si alguien las había esculpido. Les expliqué, claro está, que eran naturales, pero sólo por hacer esa pregunta desde entonces me quedé con la duda.
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La otra historia que quería contaros es la de una de esas pesadillas que no se me olvida jamás. Una noche soñé que en las peñas de Gembres se habían instalado unas canteras para demolerlas y aprovechar su piedra. Recuerdo que las cintas transportadoras del árido molido llegaban hasta el mismo río de Anguciana y al oír el ruido de la maquinaria y ver las peñas molturadas junto al pueblo sentí tal pena y angustia que me desperté. Lo pasé fatal pero... ¡qué alegría saber que sólo era una pesadilla!