Como comenté en los inicios de este blog (Montes 5), las Peñas de Gembres son las auténticas protagonistas por el lado Norte del paisaje de mi viejo y querido pueblo de Anguciana. Pero lo que aún no había dicho es que la majestuosa silueta del San Lorenzo preside a lo lejos el amplio horizonte que se abre por el Sur. De manera que estas dos señaladas referencias (junto con el Toloño por el Noreste y Cellorigo por el Noroste) han sido siempre los polos de atracción de mis contemplaciones y sueños montañeros.
Además de ello, el San Lorenzo fue desde siempre una montaña mítica para nosotros porque se quedó ligada en el tiempo a una de las fechas más significativas de la historia de España del siglo XX: el sábado 18 de julio de 1936. Tenía mi padre entonces 20 años recién cumplidos (el 16 de julio), y la fortuna quiso que hubiera pedido una semana de permiso por su cumpleaños. En el penúltimo día de su semana de permiso organizaron una excursión al San Lorenzo ¡de las de aquellos tiempos! que incluía subir en bicicleta desde Anguciana hasta Ezcaray (treinta y pico kilómetros por unas carreteras que no son las de ahora), subir al monte, bajar, y volver hasta Anguciana. Pues bien, cuando regresaban victoriosos de su hazaña en el San Lorenzo tuvieron las primeras noticias boca a boca de lo que se les venía encima. En su condición de soldado, el domingo se presentó a las autoridades militares de la región, no pudo volver a Madrid, y seguramente su suerte cambió para siempre: porque el cuartel donde estaba haciendo la mili, el de la Montaña en Madrid, iba a ser el escenario de una de las luchas más crueles y sangrientas de los primeros días de la guerra.
1) En el verano de 1969, es decir, treinta y tres años después de aquella ascensión tan significativa, se le ocurrió llevar al San Lorenzo a todo el que estuviera dispuesto a subirlo, y reunió a un montón de gente de lo más variopinta: su amigo Jose Mari San Juan, el médico del pueblo don Honorato García, todos los primos Angulo, los primos Marcotegui, otro amigo de mi padre que no me acuerdo bien quién es (Jesús González Hierro quizás), sus cuatro hijos mayores y algunos de nuestros amigos. Diecinueve más el fotógrafo, José Mari San Juan (que obviamente no sale en las fotos), me salen veinte.
Salimos desde Ezcaray y recuerdo que iríamos hacia el collado de Bonicaparra para alcanzar mucho más adelante la senda oriental de la Cuña y llegar al collado de Ormazal donde están hechas este par de fotos. Pero en los primeros hayedos nos perdimos, al amigo de mi padre le dio una pájara, empezó a echarse la niebla por arriba y hubo cierto nerviosismo ante un posible fracaso de la expedición
Al final los más mayores se quedaron en las laderas del Cabeza Parda y los más jóvenes (que éramos los más) hicimos cima. Aparte de Jose Mari San Juan, mi hermano y yo llevábamos también una rudimentaria Werlisa con la que hicimos unas pésimas fotos en la cumbre, pero por lo menos se me ve en una.
El que está conmigo creo que era un amigo de mi hermano Ricardo que se llamaba Pedro Mari (digo se llamaba porque alguien me dijo que ya había muerto). Tenía yo entonces quince años:
Como el organizador no hizo cumbre, debió de bajar ya pensando en un nuevo itinerario y en una expedición más ligera de gente.
2) Y así, a comienzos de 1970 nos llegamos hasta Urdanta y sin pensárnoslo dos veces atacamos todos directo hasta la cumbre. José Mari San Juan no vino y nos quedamos sin sus estupendos reportajes fotográficos. Nosotros llevamos nuestra Werlisa pero nada más empezar la excursión se abrió y se medio veló el carrete (!). Las dos únicas fotos que se salvaron las hicimos al comienzo o al final de la excursión en Urdanta, aldea que tenía el aire de aquel famoso reportaje de Buñuel sobre las Hurdes.
3) El San Lorenzo perdió su aura de lejanía y grandiosidad cuando a mediados de los setenta se creó la estación de esquí y se abrió la carretera hasta lo que desde entonces se conoce como Valdezcaray. Tengo el vago recuerdo de que nada más estar transitable la carretera fui a ver todo aquello con unos amigos de la expedición del 69, y que subimos al pico con la nostalgia de un viejo conocido o de un paraíso perdido. Al no ver aquella salida como algo reseñable, ni siquiera debimos de llevar cámara de fotos.
4) Un año después, verano de 1976, repetimos ascensión desde la recién inaugurada estación de Valdezcaray pero en plan excursión de amigos y... amigas. Con cámara de fotos, claro. Porque yo tenía ya puesta la vista en una chica de la cuadrilla que... me interesaba mucho más que el San Lorenzo.
Hice algunas fotos muy graciosas de mis cuatro compañeros, Quique, Rosalía, Maite y Jacinto, bailando en la cima...:
Pero lo que recuerdo perfectamente de aquel momento es que de la alegría del baile pasamos a la preocupación por el descenso. Estando almorzando en la cima se echó una espesa niebla y perdimos completamente la noción de nuestra orientación, de modo que no teníamos ni idea de hacia dónde tirar. Lo solucionamos dando vueltas en espiral desde el centro de la cumbre hasta dar con alguna referencia de la cara norte (por su fuerte pendiente) y salir de allí como a unos noventa grados. Desde entonces me dije que había que ir siempre al monte con una brújula, cosa que casi nunca he hecho.
5) A partir de entonces comenzamos a ir a Valdezcaray a esquiar y el San Lorenzo se fue quedando en segundo plano como un mero decorado. Sin embargo, a finales de octubre de 1981 cayó una gran nevada que nos impidió llegar en coche hasta Valdezcaray, y una o dos semanas después, cuando se había ido buena parte de la nieve y aún no había empezado la temporada de esquí volvimos para pisar un poco de la blanquilla que había quedado por las cumbres Nos acompañó mi hermano Ricardo y en primera instancia nos acercamos al mojón del Cabeza Parda que siempre habíamos dejado a un lado:
Luego intentamos subir al San Lorenzo, pero creo recordar que la nieve estaba muy dura y resbaladiza y que a mitad de su última pala nos dimos la vuelta. No llevábamos crampones ni piolet. Todo lo más una simple cachaba.
6) En aquel invierno, o quizás en el siguiente, nos compramos las botas mixtas y los esquís de travesía y una de las primeras salidas que hicimos con ellos fue para subir al San Lorenzo por el camino de Colocobia y su pala occidental:
Me extraña que no nos hiciéramos alguna foto en la cumbre (quizás por el lío de tener que quitar y guardar las pieles de foca con mucho frío o viento), porque lo que sí recuerdo bien es que no bajamos por donde habíamos subido sino por la pala oriental que tenía mucha más nieve.
7) Tanta familiaridad teníamos ya con el San Lorenzo que en el verano siguiente, esta que ven en la foto de arriba y el menda se metieron a subir al pico por la cara norte. Así, como quien no quiere la cosa. Recuerdo las dificultades que pasamos en varios pasos agarrándonos a las hierbas para no irnos hacia abajo, pero a fe que lo conseguimos.
8) En agosto del mismo 1982, Rosalía y yo llevamos en nuestro Land Rover a mis padres y su amigo José Mari San Juan hasta el collado de Tres Cruces para que hicieran cima por última vez. No era muy mayor mi padre entonces, sesenta y cuatro años (uno menos de los que tengo yo ahora), pero en aquel entonces nos parecía que no eran edades para mayores proezas. Como se puede ver, mi madre subía con las zapatillas de esparto de andar por casa. En todo caso, y según me ha dicho mi hermano Ricardo, mi padre subiría con él una vez más por este mismo itinerario.
Por entonces ya habían instalado ese altar y ese pilar con la Virgen de Valvanera que yo no recordaba de anteriores ocasiones. La siguiente es la foto del descenso por ese cómodo sendero trasero que hasta entonces nunca habíamos hecho:
9) En el verano de 1990, cuando nuestra peque tenía ya cinco años, repetimos excursión por este mismo sitio para llevar a nuestras dos hijas a la cumbre del venerable San Lorenzo:
Desde entonces y hasta la excursión del post anterior no habíamos vuelto por allí arriba. Veintiséis años son muchos para ignorar un monte que no es para nosotros el escenario de una simple excursión, sino un punto fundamental de nuestro paisaje y una parte importante de nuestra vida: casi como un ser querido. Cierto que desde Logroño no se ve como desde Anguciana, y que en una de las últimas fotos que le hice desde la ermita de mi pueblo lo vi así de mancillado:
... pero lo que está claro es que después de la excursión de Azarrulla ha vuelto a ocupar en nuestro corazón el lugar que se merece.