(continuación del relato del post anterior)
Nueve y media de la mañana del domingo 12 de junio del 2016. Volvemos en coche al puente de los Siete Ojos y echamos a andar aguas abajo del mismo. Bueno, lo de aguas es un decir, porque el río Lobos seguía igual de seco que "aguas arriba". Sol radiante y fresquito. 13º. Temperatura ideal para caminar. Al final del puente giramos noventa grados a la izquierda y se abre un panorama mucho más amable y despejado que en la última parte del tramo de ayer.
Enseguida aparecen a nuestra izquierda hermosas paredes llenas de cuevas
El río sigue sin asomarse pero la grandiosidad de la escala del cañón y el terreno tan despejado compensan su ausencia.
Aunque el sendero "oficial" va por la margen derecha vimos que otro excursionista sin mochila (probablemente de la zona) iba por otro camino que hay en la margen izquierda y que los carteles ya decían de no usar. En un parque natural no está bien que haya tanto camino.
Cuando al fin tenemos que cruzar a la margen izquierda, vemos tras el paso de piedras unos charcos de agua. ¿Será un espejismo? ¿Empezará ya a aflorar el río?
Pues sí, tras los charcos vienen las hierbas altas y el canto de las ranas:
Y en cuanto el cauce llega a aquella roca del fondo que se pasa por un sendero protegido con vallas, agua en cantidad que ya no volverá a ocultarse en todo el resto del cañón. Estaríamos más o menos en el km 2 o 3 de este segundo tramo, o sea,en el 11 o 10 según los mojones que decíamos ayer.
A partir de ahí todo es alegría y hasta euforia, porque las paredes de roca se suceden unas a otras con personalidad propia, como si fueran distintos edificios de una gran calle.
Otra curiosidad: en la esquina que vemos a continuación, un árbol sale en horizontal de la roca (!)
Unas paredes son más lisas:
Otras tienen como placas:
Y si miramos hacia atrás descubrimos otro montón de formas que al pasar por debajo de ellas no habíamos percibido.
Nos cruzamos en ese tramo con un buen número de ciclistas, pero tengo que decir que no me parece un recorrido adecuado para la bicicleta de montaña. Todos iban pendientes de no caerse en algunos de los tramos más estrechos del sendero y apenas podían mirar las bellezas que tenían alrededor.
Cuando vi el movimiento que tenía la siguiente pared pensé obviamente en Gaudí: ¿llegó a ver algo semejante cuando pensó en la Casa Milá del Paseo de Gracia de Barcelona?
Verdaderamente habíamos encontrado el paseo montañero-arquitectónico que mejor expresaba el nombre de este blog. La siguiente pared parecía un Mendelsohn.
Y por si fuera poco, el río estaba lleno de nenúfares. Qué maravilla de paseo. No podíamos más de contentos.
Por esa parte del recorrido empezamos a cruzar varias veces el río de un lado para otro y en algunas de las piedras había que hacer equilibrios para no meter el pie en el agua. Como el perfil es totalmente plano no llevamos bastones, pero para este menester de cruzar ríos por piedras inestables hay que ver lo bien que vienen. Mi consejo pues es llevarlos en la mochila, que recogidos no pesan nada.
En este paso junto a la roca y el río han construido un bonito sendero con grandes piedras. Punto positivo para los gestores del parque.
Guau, wow, ohhh, ahhh, qué maravilla cuando a la vuelta de ese paso te encuentras con esta otra impresionante arquitectura:
O este gran ventanal (!) en el que cabe un pino entero.
Pasadas estas hermosas paredes encontramos un cartelito que indicaba que por la izquierda había un sendero por el que se podía entrar al cañón desde Casarejos. El otro indicador decía que faltaban sólo 2,2 km hasta la ermita de Bartolomé y eso significaba tristemente que pronto se nos iba a acabar la fiesta que traíamos.
Pero en tan poco trecho quedaba aún mucho por disfrutar porque cada recodo del cañón tiene preparada una sorpresa. La de caminar junto al río bajo los chopos:
Otra cueva enorme con aspecto de tribuna expresionista (¡un Poelzig!)
Nuevos cruces del río:
Una concha de auditorium más grande que la del Espolón:
Muros a dos colores:
Rocas huecas como de grandes esqueletos:
Torreones saliendo de la pared como si fueran cuerpos de escaleras:
O el no va más: llegando ya a San Bartolomé, el gran ábside de una catedral excavado en la pared con dos más pequeños a sus lados y alguna hornacina.
A la derecha de esta gran pared aparece ya la ermita tardorrománica y encima de ella, una especie de castillo natural de roca al que no nos resistimos a subir...
... para ver desde lo alto el tajo por el que habíamos venido:
O asomarnos a una de las peligrosas ventanas que posee en su interior:
Bajando hacia la ermita hago una foto de la construcción humana sobre el fondo del gran ábside que decía antes, aunque la foto no da buena idea de la fuerza y grandeza del escenario natural.
Aunque consiguiese yo que en nuestras fotos no saliera más que mi colega, lo cierto es que en los alrededores de la ermita había ya un gentío bastante gritón, y es que la carretera llega hasta unos quinientos metros de la misma. En los tres kilómetros que quedan desde ese parking interior del parque hasta el parking exterior, sendero y carretera no van juntos porque hay espacio suficiente para cada cual.
Pero siendo el tramo supuestamente más recorrido, tiene tramos bastante poco cuidados.
El paisaje es más abierto que en el tramo anterior a la ermita y las paredes se ven mucho más distantes:
En el último kilómetro el sendero se junta con la carretera y nos horrorizamos ante la idea de acabar el cañón caminando entre los coches que entran o salen del parque. Por suerte hay marcado un sendero a cierta distancia de la carretera pero tan desdibujado a veces que quien lo tome en sentido contrario al que nosotros llevamos no sé qué idea se puede hacer del mismo:
Muy mala. Ya ven:
Pasada esta zona recreativa llegamos ya al punto donde nos esperaba el segundo coche. A diferencia del parking intermedio, en este sí que hay un buen bar donde tomarse la cerveza que uno se ha ganado y celebrar, como se merece, tan extraordinaria excursión.
El track decía que habían sido 12 kms y el tiempo, poco menos de 3 horas. Aquí el recorrido con un poco más detalle:
Sólo nos quedaba recoger el otro coche en el parking del puente de los Siete Ojos y devolver el alquilado en Soria. Pero entre un sitio y otro aún tuvimos tiempo de recorrer la impresionante carretera entre Casarejos y Calatañazor, y comer agradablemente en el Restaurante El Palomar de este pueblo tan famoso en la Historia de España por la célebre batalla en que se puso fin a las correrías de de Almanzor.